¡Saludos!
Mi nombre es Dante Salces Barril. Actualmente resido aquí en nuestro Collegio del Verbo
Divino en Roma como estudiante. Pero antes de venir aquí fui ecónomo provincial de la
Provincia de Filipinas Central.
Recuerdo que en mi primera semana, un miembro del staff me dijo que necesitábamos dinero
y que no lo teníamos lo suficiente. ¡Me quedé estupefacto! Porque pensé que éramos ricos
y yo era el ecónomo y no el cazador de tesoros buscando tesoros.
Antes de aceptar el nombramiento, tenía mucho miedo. Una semana después de asumir, estuve
a punto de sufrir una crisis nerviosa. En mis delirantes sueños, escuché que se menciona
mi nombre en el Ordo de nuestros cohermanos difuntos y al instante un hermano susurró:
«¡Oh! Fue él que llevó a la provincia PHC a la bancarrota».
Ayer, indagué y me parece que PHC está mucho mejor. Hay varias iniciativas y creatividad
misionera que se están tomando. Esta experiencia me recordó a Missio Dei. La misión es
de Dios y esto incluye no sólo el Apostolado Bíblico, la Animación Misionera, la
Comunicación y la JUPIC, sino también nuestras finanzas.
San Arnoldo insistía en que nuestro verdadero capital es la confianza en el Señor y la
ayuda de los fieles. Esto captura sucintamente el espíritu de la audaz confianza del
Fundador en el Señor de la cosecha. Incluso diría en su homilía del Día de la Fundación
que si no sale nada de lo que se ha iniciado, nos golpeamos los pechos y confesamos que
no somos dignos de la gracia.
De hecho, antes de que el término Missio Dei fuera acuñado en la década de 1930, nuestro
Fundador ya lo estaba viviendo. Él era profundamente consciente de que él y sus hermanos
y hermanas misioneros eran obreros de la viña más rica. Sin embargo, no somos
trabajadores ordinarios de la viña. Seamos hijos en el Hijo y herederos de la viña para
que la audacia de Arnoldus esté arraigada en nuestra experiencia de familia.
Cuando era ecónomo, atesoro esos momentos en los que llegan los subsidios y tenía que
escribir a Provinciales y ecónomos cuyos nombres ni siquiera podía pronunciar, pero
siempre reconocí esas tres letras después de sus "impronunciables" nombres: el SVD
familiar. Nunca falló en calentar mi corazón. Me recordaba siempre de que somos una sola
familia. Por lo tanto, ruego que insistamos y fortalezcamos el nuestro ser familia aun
en nuestras finanzas. Tratemos de llegar a ser buenos administradores de los dones para
así contribuir generosamente a nuestra familia misionera. Eso no significa ser
autosuficiente e independiente los unos de los otros, sino contribuyentes de nuestra
familia misionera. Para que todos seamos idóneos y equipados para toda buena obra en la
viña del Señor.