Estimados cohermanos, hermanas, socios laicos en la misión,
amigos, bienhechores y familiares:
En la encarnación del Verbo de Dios, celebramos el amor desinteresado de Dios que nos salva y nos
empodera aceptando nuestra humanidad. San Gregorio Nacianceno, quien glorifica el tremendo
significado de la humanidad de Jesús, dice: «Lo que no ha sido asumido no ha sido sanado». Su visión
del evento de la encarnación desafía a quienes rechazan el acto mismo de Dios de aceptar la
humanidad en su totalidad. En Jesús, Dios asume nuestra realidad humana y reconoce nuestra
vulnerabilidad y fragilidad. Por medio de esta humildad divina, somos sanados; nuestra relación con
Dios y con los demás se restablece. En Navidad, esta aceptación se demuestra en el Niño de Belén,
nacido de una familia de inmigrantes en la periferia de la sociedad.
Este año celebramos la Navidad en medio de la pandemia COVID-19. Este virus invisible expone nuestra
vulnerabilidad y fragilidad como personas y como familia humana. Debido a esta pandemia muchos de
nosotros tendremos una celebración navideña confinada y privada del acostumbrado placer de reunirnos
como familias, amigos y amigas, y en comunidades. Será una Navidad silenciosa que nos permitirá
recapturar la radiante escena del nacimiento del Señor como se narra en los Evangelios de Mateo y
Lucas.
La pandemia nos abre los ojos para ver las desigualdades entre las naciones y las personas más
vulnerables de nuestras familias y comunidades. Son personas que sufren principalmente debido a su
frágil salud, a una atención sanitaria deficiente y a condiciones de pobreza. La pandemia y los
protocolos preventivos no sólo han cobrado un alto número de vidas, sino que también han tenido
consecuencias económicas, sociales, psicológicas y espirituales de gran alcance.
Las propuestas del Papa Francisco tales como las actitudes necesarias para responder a la situación
de los refugiados pueden ser también nuestras actitudes hacia nuestras comunidades y familias, es
decir, acoger, proteger, promover e integrar. Como misioneros, religiosos o laicos, tratamos de
llegar a los débiles y vulnerables de nuestras familias, comunidades, congregaciones y sociedad.
Integramos y hacemos parte de la comunidad a todos aquellos que se sienten excluidos y abandonados.
Cuidamos a los que están infectados con el virus. Compartimos las bendiciones recibidas de Dios con
los más afectados por las consecuencias económicas de los cierres. Consolamos a los que han perdido
a sus seres queridos por el corona virus.
En esa noche silenciosa y santa, el ángel del Señor anunció a los pastores: «No tengan miedo, porque
les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos» (Lc 2:10). En estas
circunstancias de vulnerabilidad e incertidumbre, asumamos el papel del ángel convirtiéndonos en un
mensaje de esperanza y seguridad para todos de que estamos juntos en esta lucha. Dios nos cura
asumiendo nuestra condición, aceptándonos y abrazándonos; cuando hacemos lo mismo, podemos decir
auténticamente que somos una familia y una comunidad, celebrando la Navidad y dando la bienvenida a
las gracias que trae el año nuevo.
¡Les deseamos a todos una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo!